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Crash Capitulo 13

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xCaeli's avatar
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Aline S.V



Capítulo XIII: Sangre.

Quiso tirar a Rin detrás de él, pero la muchacha temblorosa no dejaba que se le acercara, estaba más preocupada de ladear la cabeza de vez en cuando para estudiar las facciones de Kagome. Souta comenzaba a desesperarse, la situación no era favorable, su hermana estaba sudorosa por todo el esfuerzo físico y mental que suponía estar de pie en un estado tan delicado y levantando una barrera espiritual. Él no sabía cuánto más podría resistir y deseó con toda su fuerza que fuera el tiempo suficiente para que Inuyasha figurara lo que ocurría y moviera su trasero hasta aquí…

―Estoy seguro que sabe que no logrará detenerme―el sujeto alzó su voz. Su calmado semblante y la sonrisa que comenzaba a dibujarse en su rostro, le produjo un retorcijón en el estómago. Automáticamente sus manos buscaron a los niños que lo rodeaban y los ocultó tras de sí―dame a la chica.

― ¿Qué es lo que quieres con una simple aldeana? ―siseó Kagome.

―Oh, Mi Señora―rio―usted sabe que no es una simple aldeana.

Tanto Kagome como Rin se tensaron ante la mención.

―Ella es sólo una chiquilla más―insistió en un jadeo, su cuerpo estaba llegando al límite, la herida todavía tenía demasiado efecto en ella.

―Estoy siendo benevolente. Mi querida Señora, es mejor darme a la chica por las buenas, sino deberé usar la fuerza bruta.

―Habla de benevolencia con demasiada ligereza.

―Hermana…

― ¿Aún desea resistir, sabiendo que su patética barrera no me detendrá de tomar lo que busco? ―Souta observó como el hombre cambiaba de nuevo su expresión, el sadismo en toda su regla. Su lengua recorrió sus pálidos labios y de pronto…

― ¡Kagome! ―su hermana impactó contra una de las paredes que había quedado en pie, no escuchaba una respuesta y entró en pánico. Pensando lo peor, Souta intentó moverse, pero su cuerpo estaba clavado al suelo― ¡Kagome!

― ¡No puedo moverme!―escuchó a Rin quejarse. Souta intentó de nuevo, todo su torso y extremidades superiores, tal cual su cabeza, respondían a todos los mandatos que su cerebro elaboraba, pero sus piernas no respondían. Sentía como si fueran una roca sólida e inamovible. Rápidamente comprobó que los niños estaban en la misma situación y se preguntó si su hermana no le respondía porque estaba tan petrificada como ellos.

― ¡No se me acerque!

El lloriqueo de Rin hizo que quedara sin aire.

― ¡HERMANO! ―fue lo primero que se le vino a la cabeza. Gritar por Inuyasha, era el único que podía salvarlos en esa situación.

― Cállate, estúpido humano―sus ojos negros como el petróleo se tornaron blancos en un segundo.

Había sangre por todas partes, los demonios se hacían un festín ante sus ojos con los restos de algunos aldeanos, devoraban cada tramo de carne y saboreaban con complacencia los huesos que luego pulverizaban con sus temibles manos llenas de garras. Souta sabía que debía salir de ahí, pero sus pies no le hacían caso.

Los escuchó reír antes de girarse hacia una mujer que, tal cual él, no emitía ruido, ni se movía. Su rostro era un lienzo en blanco, no opuso resistencia cuando una de esas grotescas criaturas la tomó sin el menor cuidado del suelo y la llevó a su boca.

Quiso cerrar los ojos y no ser testigo de ese sádico espectáculo, pero su ser estaba en rebeldía y estuvo obligado a ver cómo aquella mujer que no conocía era devorada viva ante sus ojos. ¿Ese era también su destino?, ¿convertirse en la cena de algún demonio sediento de sangre?, se preguntó si su hermana por lo menos estaba a salvo o si ya había sido convertida en merienda, ¿y los niños y Rin?, ¿dónde estaba Inuyasha?, ¿por qué no venía a salvarlo?

Despertó de sus cavilaciones cuando la amenazante sombra de uno de los demonios se irguió sobre él. Contuvo la respiración cuando él lo tomó entre sus manos. Podía oír a su corazón en sus oídos, estaba acelerado. El sudor caía por su cara a cada segundo que su rostro era acercado a las fauces de la criatura. Estaba aterrado, el grito se le atoraba en la garganta, quería resistirse: Patalear y dar golpes, incluso morder. Pero parecía que lo único que podía hacer era pensar… pensar en que iba a morir.

Cuando el aliento putrefacto del demonio entró por su nariz y los colmillos prominentes estuvieron sobre su cabeza, las lágrimas comenzaron a fluir desde sus ojos.

¡Se supone que este tipo de muertes son rápidas, que no alcanzas a pensar en lo que te está pasando!, pero no para él, era como si el tiempo se hubiera ralentizado, sentía los colmillos de la bestia hundirse en su cuello con precisión, el dolor agudo que atravesó todo su organismo era incomparable. Escuchaba con total claridad como esos filosos dientes se hacían paso a través de su piel y de su carne hasta tocar su columna. Podía degustar el sabor de la sangre que salía a borbotones por su boca, ahogándolo.

Vio a su hermana, cuidándolo y jugando con él cuando eran unos niños, vio a su familia animándolo en sus partidos de futbol, recordó cuando Inuyasha atravesó por primera vez la puerta del comedor tanto como el día en que su hermana se marchó para siempre. Recordó aquella tarde en que se confesó a Hitomi y también su graduación, tanto de primaria como secundaria. Recordó la primera vez que tomó una guitarra y la primera vez que compuso algo con ella. Recordó y recordó. Y un grito desgarrador se escapó de su boca.

― ¡Souta!

Parpadeó, su corazón latía fuerte sobre su pecho, como esperando escapar de allí. De pronto fue consciente de que su mejilla ardía, como si lo hubieran abofeteado.

― ¡Vuelve a tus sentidos, maldita sea! ―entonces miró directamente a su hermana, su rostro demostraba su cansancio, el sudor le perlaba la piel y sus jadeos sólo demostraban lo difícil que era para ella seguir en pie.

― ¿Haz maldecido? ―preguntó suavemente, aturdido.

― ¡La está mirando, tía Kagome!

― ¡Funcionó, tía!

Kagome le dedicó una sonrisa cansada.

― ¿Estás bien? ―musitó ella.

Sus sentidos comenzaron a volver, fue capaz de oír los gritos, de sentir el olor a madera chamuscada, de ver con claridad el desastre ante él… estaba en el Sengoku y ningún demonio le estaba arrancando la cabeza, pero la sensación de esos dientes sobre su cuello seguía ahí como un dolor punzante.

― ¿Rin? ―preguntó, recordando de pronto que además de los niños y su hermana, la chica también había sido amenazada.

―Se la ha llevado―Kagome se separó de él, tratando de ocultar el dolor que le propiciaba la herida en su costado―nos envió a todos a una ilusión para llevársela.

― ¡Hay que alcanzarlo! ―se dijo Souta.

―Sí, debo alcanzarlo.

Eso era una locura, pensó cuando vio a su hermana a duras penas moverse hacia el arco y su carcaj lleno de flechas abandonado a unos metros de ellos. Si ella pensaba que estaba en condiciones de ir en una persecución, debía estar bromeando.

―Si Inuyasha no está aquí… ―dijo de pronto―… es porque algo debe retenerlo en el centro de la aldea. No puedo esperarlo en estas circunstancias.

―Estás loca―musitó. Kagome le dirigió una mirada molesta por sobre su hombro.

―No voy a perdonarme si algo le pasa a Rin.

―Entiendo, pero en tu estado, no soportarás el ritmo―las piernas las sentía como gelatina cuando camino hasta ella. Los niños se mantuvieron en silencio, observando a los dos mayores discutir.

― ¡No hay nadie en estos momentos, si esperamos, Rin morirá! ―la mujer se cruzó el carcaj y arrimó el arco a su hombro. Luego ajustó el haori que Inuyasha le había dado para mantenerlo en su lugar―quién sabe cuáles son las intenciones de ese demonio.

―Iré contigo.

―No.

― ¡No hay punto de discusión! ―exclamó. Kagome lo miró y se mordió el labio―Si no puedes avanzar más, yo seguiré adelante―insistió.

― ¿Y qué harás? ―inquirió―Souta, no estamos hablando de un humano.

―Me las arreglaré.

―Te estás comportando como un crío.

― ¿Lo estoy?

En sus expectativas, jamás estuvo la idea de ponerse a discutir sobre si tenía o no tenía las aptitudes para enfrentarse a un ser sobrenatural. De hecho, sus fantasías siempre involucraban estar disfrutando de una tarde familiar, con sobrinos bulliciosos haciendo su voluntad por el templo y su abuelo persiguiéndolos mientras su madre reía ante las ocurrencias de sus nietos que eran muy bien vigilados por ambos padres, pero esas ilusiones también desaparecen rápido cuando a la realidad se le ocurre enfrentarte a situaciones no muy agradables.

―No me hagas esto, Souta, si algo te pasa…

Pero él no quiso seguir escuchándola. No quería seguir sintiéndose inútil: El ver a su hermana ser lanzada como un trapo por un sujeto cualquiera, saber que habían tomado prisionera a Rin… saber que no tenía la fuerza de Inuyasha para proteger a sus seres queridos ni la destreza de su hermana con el arco para luchar a distancia.

No podía reprocharle a Rin nada, ¿cómo juzgar a la chica que al menos se había puesto delante de él dispuesta a todo por protegerlos, alzando un arma que ni siquiera sabía si entendía cómo usarla… mientras él se había mantenido en la retaguardia, muriéndose de miedo?

― ¡Souta!

Cuando fue consciente de que su hermana lo llamaba a gritos, ya había cruzado el riachuelo, cargando entre sus manos la naginata y corriendo a toda la velocidad que sus piernas, en esas circunstancias, le permitían.

Kagome miró desesperada a su hermana dirigirse al bosque, nunca pensó que su pequeño hermanito fuera tan rápido para correr, aunque ella intentaba seguirle, no fue capaz de dar tres pasos antes de caer al suelo, sintiendo de su costado una calidez que no era buena señal en absoluto. Los niños corrieron hasta ella, las gemelas preguntando insistentemente si se encontraba bien, mientras el pequeño se aguantaba las ganas de llorar. Ella les sonrió solamente. Luego, discretamente, pasó la punta de sus dedos por la herida que debía estar cicatrizando y comprobó que un líquido espeso se expandía por la zona. Estaba sangrando. Kagome se ajustó nuevamente el haori de su marido y entonces dijo:

―Necesito un caballo.

Miró, en qué dirección dirigirse, todos los árboles parecían iguales, el bosque estaba muy oscuro para diferenciar cielo de tierra y cada cuánto se tropezaba con alguna roca oculta por la fina capa de nieve. A la quinta vez, el filo de la naginata cortó a través de su haori, causándole una pequeña herida en el hombro izquierdo. Maldiciendo por lo bajo, se irguió de nuevo y alejó el arma de su cuerpo para evitar algún otro contacto peligroso.

Observó de nuevo a sus alrededores, sólo había árboles tras árboles y oscuridad sobre su oscuridad, frío y más frío, sus extremidades comenzaban a entumecerse por el contacto con la nieve. No se había percatado de que andaba descalzo, lo que no era bueno en ese tipo de condiciones climáticas. A sus oídos tampoco llegaba un sonido, ni de animal ni de gente… no había gritos de protesta, la voz de Rin no atravesaba el ambiente y eso le hacía pensar en las posibilidades de que la pobre chica estuviera muerta.

Una linterna en esta situación hubiera sido lo mejor, eso le hubiera permitido seguir los rastros del intruso, pero tenía que venir a este mundo tan desnudo como lo había hecho el día en que nació.

¡No debería estar pensando en eso en estos momentos!, se golpeó mentalmente y volvió a enfocar hacia la negrura, tratando de vislumbrar aunque fuera la silueta del siguiente árbol que se encontrara para no terminar estampado contra él. Fue entonces cuando vio un pequeño destello en la lejanía. Aguantó la respiración.

El corazón se le aceleró a mil por hora. ¿Era eso un fantasma?

Despertó cuando el olor a hierbas quemándose le produjo escozor en la nariz, escuchaba a alguien moverse en los alrededores, tanto como voces que discutían no muy lejos de ella. No entendía lo que decían, pero al menos sabía que eran un hombre y una mujer y de pronto cayó en la cuenta de lo que había ocurrido.

Su hermana Kagome había sido aventada contra los escombros por una fuerza descomunal y le invadió el pánico al pensar que, en su débil estado, hubiera muerto o quedado aún más malherida, pero cuando intentó ir en su ayuda, el cuerpo no le respondió, anclado a la tierra, se quejó y forcejeó, tanto como lo hacía el joven Souta tras de ella. El demonio se acercó a ella como si estuviera disfrutando del espectáculo que había ocasionado, apuntó la naginata hacia él y entonces escuchó al joven Souta gritar.

Tembló al recordar cómo los ojos del hombre cambiaban de color y el muchacho lanzó un alarido tan escalofriante que la dejó sin habla.

Lo siguiente que supo es que el intruso la tenía entre sus brazos y que sus ojos blancos la miraban fijamente antes de que todo a su alrededor se volviera un manto negro impenetrable.

―Está despierta.

Jadeó y ladeó un poco el rostro, fue entonces cuando se percató que no estaba sobre el suelo sino que flotaba en medio de una gran cantidad de velas encendidas, el fuego bailaba al son del viento y abajo, justo enfrente un pequeño altar de ofrendas se quemaba junto a las hierbas cuyo olor la habían despertado. Se le erizó la piel.

―Te dejo el ritual a ti, ya sabes cómo hacerlo―fueron las palabras de la mujer a la que a duras penas pudo distinguirle el cabello blanco antes de desaparecer. Se puso pálida al escucharla, ¿acaso pensaban sacrificarla?, ¿para qué?

― ¿Por qué? ―musitó suavemente, sólo para ganar un poco de tiempo. Tal vez así lograría sobrevivir, quizás así su hermano podría llegar a salvarla.

Un poco de esperanza no le va nada mal a nadie.

―Tenaz para estar muriéndote de miedo, chiquilla ―se burló mientras se acercaba. Sus ojos habían vuelto a ser tan negros e inexpresivos como al principio. Su armadura refulgía a la luz de la luna y había algo en él que se le hacía, muy ligeramente, conocido, aunque no sabía de dónde. Cuando viajaba con Lord Sesshoumaru, se habían topado con muchos otros demonios, algunos de poca monta, otros más poderosos, así como también algunos otros lores. ¿Acaso lo había visto antes durante esos fugaces encuentros?

― ¿No tengo acaso derecho a saber el por qué? ―insistió con la voz estrangula, desde su posición, apenas podía girar el rostro para verlo. El hombre no le respondió, en cambio hizo tronar los dedos y con un quejido se encontró de pie, dando cara al bosque. Se aterró―los humanos… que triste vida tienen, demasiado frágiles para su propio bien―e hizo tronar los dedos una vez más y sintió que su cuello y extremidades eran rodeados por lo que parecían ser cuerdas tan finas que empezaron a enterrarse en su carne.

― ¿Por qué? ―musitó, no era una pregunta para él, era para sí misma. Desde hacía años que no participaba en los viajes de su Señor, desde hacía años que vivía como una simple aldeana, ella no era un riesgo para nadie. Era inútil en un campo de batalla por lo menos. ¿Qué querían con ella?

―Sólo sangre―sintió algo espeso salir de su muñeca derecha y supo que las cuerdas habían perforado su piel. Empezó a hiperventilar, si las heridas se hacían más profundas, se iba a desangrar ahí mismo―un poco de la tuya, un poco de la mía…―de pronto el demonio estaba cara a cara con ella, su aliento golpeando su rostro.

Él se relamía los labios, disfrutando de la escena que se gestaba ante sus ojos, luego tomó con brusquedad ambas muñecas, dejándolas frente a su cuerpo, ambas ya estaban cubiertas de sangre.

Sus tobillos ardieron con el movimiento y fue consciente que también estaban derramando el espeso líquido rojo.

Una sonrisa complaciente antes de que la cuerda en su cuello le quitara el aliento.

Sangre, sangre, sangre. Era todo lo que podía sentir en ese momento, ni el frío ni la luz que venía desde la aldea producto del incendio, ni el sonido del río en la lejanía, nada se comparaba a la sensación de la sangre abandonar su cuerpo y del oxígeno siendo negado a sus pulmones. Rin comenzó a languidecer cuando el centelleo de una cuchilla llegó a sus ojos.

¿Por qué ella?

Fue instinto, el correr a protegerla en desmedro de su propia seguridad, sólo pensaba en apartar al demonio de ella. Corrió haciendo caso omiso a las punzadas en la planta de sus pies producto del leve congelamiento al que estaban siendo sometidos y arremetió con todo lo que su cuerpo humano podía. Cuando la naginata atravesó el costado del hombre, hizo acopio de esas tardes haciendo pesas y lo aventó lejos de ellos. Un segundo después, Rin estaba en el suelo, haciendo arcadas y tratando de respirar.

― ¡Rin! ― la llamó mientras tiraba de las cuerdas, rompiéndose la piel de sus manos y antebrazos. Era filosas, como si estuviesen hechas de fibra de vidrio. ¿Acaso querían descuartizarla de esa manera?, ¿torturarla lentamente? El pensamiento lo asqueó, pero siguió desenredándola, llamándola y mirando hacia atrás, sabiendo que el hombre no tardaría en llegar hasta ellos.

―Joven Souta―musitó ella, su voz rasposa. Souta la sostuvo entonces y la levantó de un solo tirón, pero la pobre chica estaba aún peor que él y apenas podía mantener en pie.

―La sacerdotisa tuvo que salir de la ilusión―giró el rostro para encontrarse cara a cara con un hombre cuya furia podría congelar el mismísimo infierno, en su mano portaba el arma que él, muy tontamente, había soltado cuando lo apartó de la muchacha.

Souta quiso desfallecer en ese mismo momento. ¿Ahora cómo mierda iban a defenderse?, lo único que se le ocurrió, fue arrimar a Rin junto a él, aunque fuera para infundirle un poco de la confianza que él no tenía. La niña tembló bajo su tacto, pero eso no importó. De pronto ella lo había tomado de la mano.

― ¡NO! ―un rugido feroz atravesó todo el bosque, cortando el silencio.

― ¿Qué mierda…? ―escapó de sus labios cuando las flamas de las velas flotantes se alzaron al cielo en llamaradas y el contacto entre sus manos y antebrazos comenzó a provocarle un escozor que pronto se transformó en la sensación de una quemadura, una quemadura muy dolorosa. Rin dejó escapar un sollozo y trató de alejarse tanto como él lo intentó, pero sus manos eran como dos imanes. No podían separarse.

Entró en pánico por quincuagésima vez en la misma noche.

― ¡Hiraikotsu! ―el gigantesco boomerang atravesó el cielo y apartó al demonio que se hacía paso hacia ellos.

― ¡Souta, Rin! ―la flecha cayó un segundo después, enviando una onda purificadora que evitó que él volviera hacer amagos de acercárseles.

Pero aunque el panorama parecía haber cambiado de un momento a otro, además de una manera favorable, Souta y Rin parecían más imbuidos en el dolor que ambos compartían. El olor a piel quemada se hizo paso entre ellos y de pronto, todo dio vueltas, ya los rostros de los presentes eran borrones ante sus ojos, la oscuridad del bosque se magnificó y lo siguiente que ambos supieron era que el suelo cubierto de nieve les daba la bienvenida.
Tardé un millón en escribir esto y no me gusta XDDD.
Comments3
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miremi14's avatar
Waaa al fin que bien te quedo!!!!