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ETT: Capitulo I

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El Tesoro de la Tríada

I
Cuando la roca se asoma


El sonido de las olas cuando revientan contra las rocas del desfiladero siempre lo había tranquilizado. La brisa salada y las gaviotas lo arrullaban. No había ningún ruido más allá del natural, no había gente parloteando, ni botes que se mecían en contra de los puertos de madera, tampoco había olor a pan recién horneado y ni un solo pedido que realizar. Ethan no tenía de qué quejarse en sus días de descanso, simplemente se dejaba caer sobre la hierba crecida, de cara al sol y con los ojos cerrados… su mente divagaba por horas, recordando situaciones graciosas de su infancia, otros episodios menos gratos y, por supuesto, situaciones vergonzosas. Pero algunas veces, su cabeza se llenaba con otras cosas perturbadoras y terminaba sentado mirando las lejanas islas que rodeaban su tierra natal.
Había una en particular que le provocaba un retorcijón en el estómago, verla desde lejos era un consuelo que agradecía día a día, no porque fuera algo bueno mirarla, sino porque sabía que nunca querría pisar isla como esa, por más bella y llamativa que fuera ese pedazo de tierra en el mar, cuya característica más primordial era el enorme monte que parecía acariciar el cielo en la lejanía.

En el pueblo había un rumor. No. Más bien, era como una historia de fantasmas que se pasaba de boca en boca desde antes de que hubiera una historia escrita. Los adultos la recitaban a los niños con respeto y temor, provocando en los menores una suerte de miedo que podría compararse con el temor a la oscuridad. No había explicación para ellos, los jóvenes ignorantes, simplemente estaba allí.
Se decía que cada cierto tiempo, tres lugareños al azar eran escogidos y tomados prisioneros. No importaba si eran ancianos, niños o incluso recién nacidos, tras haber sido seleccionados no había marcha atrás y eran conducidos a esa prominente isla frente a su hogar. Nunca más regresaban y en honor a ellos, tratados como mártires, eran tallados sus nombres en una vieja roca en la selva.

Su madre solía contarle que en esa roca estaba el nombre de su padre también. Aunque ella nunca le dijo derechamente cómo se llamaba, él había asimilado que aquél hombre simplemente había muerto… y que su madre sólo buscaba una excusa menos dolorosa para no volverse loca ante la pérdida. Años antes de que decidieran subir las casas lo más alto que podían, éstas estaban a un nivel promedio y cuando había inundaciones, siempre había alguien que era arrastrado y muerto por las aguas. A él no le sorprendería que en alguna de esas ocasiones, su padre hubiera perecido.

Su madre era conocida por tener una fuerza de voluntad enorme aunque poseía también un espíritu frágil, tras la pérdida no había sido capaz de rehacer su vida, más allá de girar en torno a la cocina de la panadería que regentaba y la crianza a duras penas. Él no sabía a qué edad había dejado de ser un niño para ser tratado como adulto, cada vez que lo pensaba, no encontraba diferencia entre su infancia y adolescencia, su madre siempre había estado ahí, pero él siempre intentó aminorarle la carga a la que ella misma se sometía.

Inhaló fuertemente y disfrutó del conocido viento salado del mar, se giró sobre su costado tras sentir que su cuerpo se adormecía. Tal vez debería tomar una siesta; una muy cortita, antes de regresar al pueblo. Después de todo, el descanso se lo tenía ganado.

Miró hacia la lejanía, la hermosa y tenebrosa isla que se alzaba frente a él en medio del mar, era sin duda peculiar desde su forma hasta su tamaño. Todo en esa isla era extraño.

Negó ligeramente, diciéndose que a veces pensaba demasiado.

―Mente en blanco, Ethan―se dijo, forzando a que sus párpados no dejaran pasar ni un poquito de la luz del sol sin éxito.

Frunció el ceño antes de abrir los ojos y mirar el cielo despejado. Normalmente, podía quedar en blanco en unos pocos instantes y se rendía al sueño con la misma rapidez, pero en esa ocasión ni siquiera sentía en su cuerpo un atisbo de somnolencia.

Un mal presentimiento lo recorría de pies a cabeza desde que despertó esa mañana.

Finalmente se dijo que no lograría nada si no se tranquilizaba. Su corazón había comenzado una carrera dentro de su pecho y ya se había convertido en una molestia cuando una contracción nauseabunda se instaló en la boca del estómago. Ethan se levantó de su lugar favorito en el desfiladero más alto de toda la isla y decidió volver a casa.

El pueblito en el que vivía se encontraba sobre un río que era conformado por otros tres afluentes que se unían cerca de dos kilómetros hacia el interior de la isla y desembocaban en el mar, para llegar a él había dos formas, la primera era llegar a través de los canales habilitados para el paso de los botes de madera y donde podían encontrarse los muelles donde los pescadores solían desembarcar cada mañana, la otra opción era la que usaban los campesinos para regresar desde los cultivos tierra adentro y, en realidad, el general de la gente usaba estas rutas, la consideraban más segura.  El pueblo, la selva y los campos estaban conectados a través de puentes colgantes a los que cada tanto se les debía hacer una minuciosa revisión para evitar accidentes y que cada cierto tiempo contenía estaciones de descanso en caso de un viaje largo.
Normalmente, Ethan se escabullía por los puentes y se trepaba a las ramas cuando veía la salida hacia la explanada que daba paso a los desfiladeros. Recordaba que la primera vez que hizo aquél recorrido, había caído de una rama a otra más baja y había tardado más de una hora en lograr salir de ahí, pero cuando obtuvo la práctica suficiente, era natural para él diferenciar, de un solo vistazo, entre las ramas débiles y podridas de las fuertes y firmes como para sostenerlo, para luego marcar el lugar por el cual regresar sin problemas.

A su madre no le agradaban estas salidas, prefería que se mantuviera en los campos, en el pueblo o sobre un bote, pero rechazaba tajantemente el que se fuera a treparse como mono a los árboles, corriendo el riesgo de quedar herido o matarse. Más de una vez le había dicho que si algo le pasaba, era poco probable que fuera encontrado, ni que recibiera auxilio.
Pero esa era la razón por la que él iba allí, el aislamiento de los problemas del pueblo, de su familia… el mundo desaparecía en ese recóndito lugar.

Ethan caminó hacia el linde de la selva, las copas de los árboles y sus ramas rozaban contra la roca labrada por el viento y la humedad. Buscó con la mirada el puñal que le indicaba el lugar por el que debía bajar y cuando divisó el brillo del filo entre el follaje, simplemente fue en su dirección, obviando el sonido de los primates y las aves que se juntaban en esas zonas para anidar.

Retiró el  puñal de la rama con fuerza y tras asegurarlo en su funda acoplada a su cinturón, se dispuso a encaramarse en la rama secando sus manos con tierra para evitar resbalones, alzó  luego los brazos y se subió a la rama que sobresalía hacia la firme roca. Un par de balanceadas y se encontraba en la siguiente por la que, horas antes, había subido. Dos balanceadas más y ya estaba sobre la rama más gruesa y firme del árbol, una que podía compararse con dos puentes colgantes juntos y que le permitía caminar sin temor a deslizarse por los costados. Ethan caminó hacia el tronco lleno de enredaderas y musgo y entonces se dispuso a hacer el último tramo antes de llegar al puente. Una vez más, secó el sudor de sus manos y cogió la maleza que crecía. Asegurándose de tener bien puestos los pies, comenzó a bajar por la enredadera en zigzag hasta que por fin divisó entre el follaje el viejo puente colgante cuyas cuerdas eran nuevas.

Sonrió cuando estuvo ya frente a ella y con un último impulso saltó dentro del camino colgante, provocando un pequeño remezón que espantó a las aves que se habían detenido a descansar allí.

Su casa era una de las que se encontraban cerca del centro del pueblo y era una de las pocas que poseían en realidad dos casas pareadas, una que era usada como panadería y la otra que era usada como hogar. Eran tres las que cumplían doble función, la panadería, la herrería y la botica. Y normalmente se podían distinguir unas de otras por el tallado que se podía apreciar en el tallado en letrero de las puertas.

―Ethan―la voz de su madre rompió con sus pensamientos.

La mujer de oscuros ojos cansados llevaba consigo un enorme costal a cuestas que a duras penas lograba levantar del suelo. Él recordaba que cuando niño, ella se podía esos costales con facilidad.  

―Yo puedo con eso, no te preocupes―musitó el muchacho mientras terminaba por salir del puente hacia el balcón, como él lo llamaba, que componía el antejardín de las casas. Su madre soltó el costal, dejando caer un par de granos de trigo que se deslizaron y se perdieron en las hendiduras de las tablas― ¿Era día de cosecha? ―le preguntó escuetamente mientras alzaba el costal del suelo de madera y lo dejaba caer sobre sus hombros como si se tratara de una liviana almohada.

―Señora… ―Ethan dejó de mirar a su silente madre para dirigir su mirada hacia el fornido muchacho que salía de la panadería―Hola, Ethan―el susodicho asintió con la cabeza en silencio.

Robín le sonrió escuetamente antes de dirigirse a su madre nuevamente. Algo de haber puesto los otros costales en la pequeña bodega en la trastienda. Ethan lo miró con fijeza, no estaba acostumbrado a verlo fuera de los plazos en los que se cosechaba, le llamaba la atención de hecho, que el grano hubiera sido cosechado antes de tiempo, al menos según sus cálculos.

Robín lo miró entonces, alzando una ceja. A Ethan no le intimidaba el muchacho, lo encontraba algo curioso. Robín era uno de los más jóvenes agricultores del lugar, pero también uno de los más altos y fortachones, además de ser uno de los pocos niños rubios del pueblo y su cicatriz sobre la mejilla izquierda sólo lo hacía más curioso y extravagante.

―El viejo dijo que los granos estaban listos y que no podíamos dejarlos secar más, sino queríamos que se echaran a perder―comentó, como si hubiera adivinado sus pensamientos― ¿Quieres ayuda? ―le preguntó entonces, señalando el costal que llevaba a cuestas.

―No, estoy bien―negó rápidamente y siguió su camino hacia el modesto local.  

Tan pronto hubo puesto la enorme bolsa junto a las otras en la trastienda, se quedó mirando intrigado cómo su madre insistía en darle gratis a Robín dos bolsas de pan. El muchacho; al igual que él, miraba a la mujer extrañado, pero ante la insistencia de ella, terminó por tomar los paquetes. No, no era común que ella fuera por el mundo regalando bolsas de pan, de hecho, su madre era tacaña, por eso le llamaba la atención.

―Oh, Ethan―musitó el muchacho mientras se giraba hacia la salida―Algunos de nosotros iremos a la playa a pescar esta tarde, si te interesa…

―Está bien, no iré―Ethan hizo énfasis poniendo una mano al frente para que él detuviera su hablar.

―Bueno, si quieres venir, puedes hacerlo―se encogió de hombros.

―Lo sé, gracias por la invitación―Robín hizo un pequeño gesto de despedida y entonces salió de la tienda.

Aún después de que Robín se marchó, el ambiente se sentía incómodo y su madre con su silencio no ayudaba mucho. La mujer simplemente le daba la espalda  y parecía clavada al suelo porque no se movía de su sitio, él dejó escapar un suspiro aún sin comprender qué pasaba con todo el día de hoy, así que caminó despreocupadamente hacia el horno para prenderlo y comenzar a hacer la última tanda de pan para la tarde.

―Tal vez deberías ir―la voz de ella, sombría, le crispó los pelos de la nuca, efecto que no sentía desde que tenía ocho años y casi había terminado muerto por meterse donde no debía.  

Giró un poco el rostro para verla, buscando una razón por la que ella estuviera actuando tan extraño con él.
La mujer de pequeña estatura, de redondos ojos y piel bronceada por los años frente al horno, lo miraba compungida, el labio inferior le temblaba por sepa quién la razón. A Ethan le dio un retorcijón al verla así, como una niña desvalida frente a él, con las manos arrugando la falda que vestía ese día…

― ¿Te sucede algo? ―comentó, tratando de mostrarse entero ante tal muestra de debilidad por parte de su progenitora.

―Sólo que el nivel de la cascada está bajando―Ethan negó nuevamente al escuchar su réplica.

―Tal vez necesitas recostarte, hace mucho calor―pero su madre negó suavemente con la cabeza.

―Deberías disfrutar un poco más de la vida, hijo―musitó.

Ahora sí, él estaba más que confundido con sus palabras. Si bien no eran la familia más comunicativa del lugar, conocía a su madre al revés y al derecho, tal cual ella lo conocía a él, y este tipo  de conversaciones; o intentos de, no eran nada de lo que estaba acostumbrado a escuchar.  

Respiró hondo y apagó el horno que previamente había encendido, luego se dirigió a su madre a paso decidido, pero la mujer parecía ausente en sus pensamientos.

― ¿Qué te preocupa? ―preguntó cuando estuvo a su lado. Instantáneamente sus manos buscaron algún lugar del qué agarrarse, terminó por ocultarlas en sus bolsillos del pantalón tratando de representar una tranquilidad que no poseía en ese momento.  

―El agua está bajando―contestó.

―Ha pasado antes, madre, las lluvias no tardarán en reponer el nivel del río―suspiró y le sonrió para calmarla―Ha habido sequías antes, cuando las lluvias lleguen todo volverá a la normalidad.  

―Pero la cascada está bajando su caudal―replicó―La roca está asomándose ya.

Padre. Pensó Ethan, aguantándose las ganas de hacer una mueca.

―No te preocupes por eso, ya te dije, las lluvias repondrán el nivel de las aguas―pero la mujer volvió negar con la cabeza, ausente.

―Es diferente, siempre es diferente cuando la roca se asoma―sus palabras le activaron una alarma en su cabeza que simplemente quiso ignorar.

―Te estás preocupando demasiado por simples cuentos―la mirada fría que le dirigió le dio un mal sabor de boca. El muchacho miró con atención cómo tras el velo del enojo que se había instalado en su madre en esos segundos, eran sólo una fachada para esconder su preocupación.

―No vuelvas a decir eso―musitó la mujer en tono ácido―Eres demasiado joven y prejuicioso, Ethan, juzgas todo sin conocer los hechos…

Molesto, el muchacho dio un par de pasos hacia atrás y se cruzó de brazos.

― ¿Ahora pasa a ser un juicio sobre mi carácter? ―preguntó mientras hacía una mueca de disgusto―Madre, con todo el respeto que merece, pero usted no tiene el derecho de juzgar a un hijo que ha tenido que levantarla cuando entra en estados de depresión desde que tiene uso de razón.

Lo miró perpleja, pero no por eso dejó de lado su postura, la mujer frunció el ceño y apretó sus manos sobre su cintura, cada vez que hacía eso, significaba que ella estaba más furiosa de lo que se podía expresar con palabras.

―Tal vez los adultos deberíamos ser más gráficos con las viejas historias―comentó―Tal vez así lograríamos que ustedes empezaran a pensar en el dolor de la comunidad cuando esto pasa.

―Nada ha pasado.

―Para ti nada ha pasado―señaló fuertemente―Pero a nosotros que nos ha tocado ver… es totalmente diferente. No podemos hacer nada por los seres queridos que nos arrebatan, nunca hemos tenido la opción de salvarlos, para ellos somos seres dispensables, no les interesan nuestros nombres, ni nuestras familias, todo lo que buscan es lo que necesitan para que ellos sigan existiendo.

Inquieto, Ethan dejó que sus músculos se relajaran. Su madre jamás le había hablado directamente de este tipo de cosas, ciertamente había escuchado las historias de otros adultos, pero los nombres y las familias que supuestamente eran afectadas jamás salían a la luz, como tampoco se sabía la ubicación exacta de la dichosa Roca de los Mártires, para la mayoría de los niños incluso se contaba como un cuento para que ellos no estuvieran haciendo tonterías y terminaran lastimados o lastimando a otros. Por eso, escuchar a su madre hablar abiertamente de ese tópico no le gustaba nada.

―Ve a casa a dormir si no irás a los muelles con los demás chicos―la voz de su progenitora le hizo eco en la cabeza, haciendo que volviera a poner los pies en la tierra.

―Madre, el sol ni siquiera se ha puesto―comentó―Te ayudaré a amasar pan.

―La panadería estará cerrada hoy y mañana―señaló con firmeza―Ningún negocio abrirá sus puertas durante dos días.

La vio caminar hasta la puerta de la trastienda, su mano estaba buscando en el bolsillo la llave para cerrar la bodega.

―Madre, insisto que no deberías dejarte llevar por estas cosas, es sólo un poco de sequía―trató de amenizar el ambiente con un comentario sencillo, pero sólo provocó que la mujer se volteara a verlo con una sonrisa que no le llegó a los ojos.

―Seguramente, mañana tres familias van a sufrir―le susurró―Es mejor que descanses.
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angelrock30's avatar
F*ckin' AWESOME... o.0 :squee: